Los carteles frente a las fábricas proclaman su adhesión a las leyes laborales y su intolerancia al trabajo infantil, pero dentro, el panorama es muy diferente.
La industria textil en India, con un valor estimado de 84 mil millones de Euros, y
fuente de ropa para decenas de marcas en toda India, Europa, América y Australia, se apoya secreta y masivamente en la mano de obra infantil.
En las hilanderías, plantas de teñido y fábricas,
niñas de hasta once años, vulnerables a abusos físicos y psicológicos,
permanecen encerradas en residencias durante su período de servicio, detrás de altos muros y alambre de púas.
El sistema es conocido como
Sumangali, que significa “felizmente casada” en idioma tamil, y se les ofrece a las familias pobres como
una manera de que las niñas ganen suficiente dinero para pagar su dote matrimonial. Activistas de los derechos de la infancia estiman que podría haber 200.000 niñas vinculadas a dicho sistema. El gobierno de India lo conoce, pero
los esfuerzos por erradicarlo han fracasado por falta de voluntad política y el poder económico de la industria.
En un pueblo de Tamil Nadu, Rajeshwari planea, con la ayuda de su abuela, rescatar a su hermana Chhatriya de una fábrica de hilado de algodón. “Voy a traerla a casa”, dice la abuela. “Tienen que liberarla, es mi nieta. Ella quería ir, pero ahora se siente muy mal… son muchas horas, poca paga, y las condiciones de vida son muy malas.”
Rajeshwari lo sabe, pues pasó 18 meses detrás de las paredes de la misma fábrica. Con 14 años, su contrato verbal era por tres años, al final del cual le prometían 470€. Mientras trabajaba,
ganaba 17€ al mes, que se reducían a 11€ si perdía un solo día de trabajo. Tenía que trabajar horas extra y le pegaban si no producía lo suficiente.
“Había tres turnos cada día, así que teníamos que hacer turnos nocturnos obligatorios. Yo estaba muy cansada todo el tiempo y muchas veces ni siquiera comía.”
Después de un año y medio, no aguantó más. A pesar de completar la mitad de su servicio, no recibió nada de la cantidad prometida. Aunque ha renunciado al dinero, quiere que su hermana regrese, pero la situación de la familia se complica porque el agente que aceptó la comisión es un pariente.
No es sólo la pobreza lo que impulsa a las familias a “vender” a sus hijas. En el corazón ultraconservador hindú de Tamil Nadu, se mantiene a las niñas alejadas de la sociedad desde la pubertad hasta que se casan. Estar físicamente encerradas durante tres años, según sus padres a salvo de todo daño, y trabajando para pagar su dote matrimonial, sirve un valioso propósito social.
Los sistemas que obligan a niñas menores de edad a trabajar en servidumbre, violan numerosas leyes de India, pero el entramado textil es económica y políticamente poderoso. Muchas fábricas pertenecen a políticos o a sus familias, y las enormes cantidades de dinero que la industria genera son
vitales para la economía y la subsistencia de millones de familias.
La industria masiva es compleja y las cadenas de suministro se mantienen deliberadamente en secreto, por lo que,
para los consumidores occidentales, la localización de la procedencia de la ropa es casi imposible. La Comisión Nacional de Derechos Humanos del gobierno de India ha ordenado al gobierno de Tamil Nadu que se asegure de que Sumangali y sistemas similares sean abolidos, pero la industria se esconde detrás de los altos muros de las fábricas.
Una representante de Stop the Traffik dice que estos sistemas son “una forma moderna de esclavitud”, pero añade que
el boicot a los países con economías enteras que dependen de la fabricación de ropa, es contraproducente. En lugar de ello, dice, los consumidores y
las marcas occidentales tienen que asegurarse de que la ropa sea fabricada éticamente. “En este momento no se puede hacer una elección perfecta, pero se puede hacer una elección mejor”, dice. “La industria de la moda, para algunas personas, es altamente rentable. Estamos pidiendo a las personas que realicen cambios que harán la vida mejor para los más pobres entre los pobres.”
Fuente: smh.com