jueves, 10 de diciembre de 2015

TRABAJANDO ENTRE EXCREMENTOS HUMANOS


Anokhi no olvida la primera vez que limpió heces humanas. “Lo primero que hice fui vomitar”, cuenta. Luego vinieron las diarreas, la falta de apetito y los dolores de cabeza. Estuvo 17 años limpiando letrinas; veinte retretes al día por 400 rupias al mes (5,60€).  “Me obligó mi cuñada y mi familia me amenazaba, por eso no podía dejarlo”, recuerda.

Una ley de 1993 y otra de 2013 prohibieron este denigrante trabajo en India. El ex primer ministro Manmohan Singh afirmó que esta práctica era “una de las mayores manchas en el desarrollo” del país, y prometió erradicarla. En 2014, el Tribunal Supremo reconoció que la recogida manual de excrementos seguía siendo habitual y que era una violación de los derechos humanos.

Sin embargo, las leyes no han evitado que cientos de miles de personas, la gran mayoría mujeres, sigan recogiendo heces. La Red Internacional de Solidaridad Dalit (IDSN) calcula que son 1,3 millones de personas. Con sólo una cesta, una escobilla, una espátula y sus manos, limpian letrinas en casas y estaciones, desagües, fosas sépticas, alcantarillas o vías de tren.

Las limpiadoras nacieron dalits, “intocables”, en el escalafón más bajo de la pirámide social hindú. Si no heredaron el trabajo de sus padres, lo hicieron al casarse. Éste fue el caso de Priyanka, que empezó bajo imposición de su suegra. “Lo peor era el monzón. Con las lluvias, la carga se escurría por la cesta y me caía sobre la cabeza y la ropa. El olor no se iba nunca, me perseguía”. Su suegra dice que “no tenía otra opción, tenía que hacerlo. Yo estuve así 36 años”.

Debido a este “legado familiar”, las recolectoras están condenadas al ostracismo. La humillación social a la que se ven sometidas es casi peor que su  trabajo. El desprecio comienza en las casas en las que limpian. “Tenía que guardar distancia (de las patronas) siempre, ni siquiera nuestras sombras podían tocarse, y me arrojaban la comida desde arriba”, asegura Savatri. A pesar de la deshonra, no pueden alejarse de esas familias de casta superior que las alimentan y les dan ropa usada.

Organizaciones civiles como Sulabh International, apoyan a las limpiadoras en su reinserción a la sociedad. “El primer reto fue liberarlas de esa faena; luego, que tuviesen una educación y que desarrollasen otras habilidades”, afirma su fundador, Bindeshwar Pathak, un sociólogo que incide en la necesidad de que “las castas altas respeten (los) derechos (de los dalits) y los dejen entrar en templos, bañarse en ríos sagrados o comer junto a los demás”.

Usha recogió heces junto a su madre durante más de 30 años. Un día apareció Pathak en su vida. “Al principio desconfiaba, pero en 2003 vi el Centro que construyó para nosotras, y supe que era diferente.” En el Centro, más de 100 recolectoras aprenden a leer y escribir, y reciben formación profesional. Usha, ahora presidenta de Sulabh International, anima a otras mujeres a salir de una vida entre excrementos. Ya no es una paria.

¿Por qué van todas de azul? Sulabh responde que “Es el color del cielo, de la libertad. Antes estaban encerradas en la cárcel de la sociedad, ahora son libres”.

Fuente: elmundo.es