Detrás de la hermana Caridad Paramundayil se oculta un trabajo de muchos años por ayudar a las chicas víctimas de tráfico humano y de la explotación sexual. Esta mujer india llegó a Madrid como novicia de la orden de Hermanas Adoratrices a los 17 años, donde se encontró con “otro mundo” sin sospechar a qué iba a dedicar su vida a partir de ese momento. “Una de las monjas nos lo explicó, pero yo no lo entendía”, recuerda. Ahora, en 2015, asegura que no cambiaría su vida por nada.
Sor Caridad regresó a Madrid recientemente para prestar su apoyo a la organización Manos Unidas y dar una conferencia sobre el tema que mejor conoce: facilitar medios de vida dignos a las hijas de prostitutas de algunos de los barrios más deprimidos de India. A menudo, estas jóvenes son raptadas por mafias que se dedican a explotarlas sexualmente. Incluso desde los 12 años, suelen vivir en condiciones de pobreza extrema, hacinadas en chabolas, con total falta de higiene, y entregando casi todo lo que ganan a las madams que las controlan.
Miedo y asco. Esos son los sentimientos que sacudieron el cuerpo de la misionera la primera vez que entró en un barrio marginal de Calcuta. Bachpan Bachao Andolan, organización india que combate la explotación infantil, estima que más de un millón de prostitutas en India son menores de edad y que su número va en aumento. Aunque las prostitutas quieran abandonar ese tipo de vida, no lo suelen conseguir, principalmente debido a que no saben hacer otra cosa para ganarse la vida.
Debido a la dificultad de rehabilitar a mujeres adultas, el proyecto de sor Caridad presta mayor atención a las hijas de las prostitutas. Según explican, su trabajo incluye evitar que las niñas continúen por la misma senda de sus madres, una tendencia muy habitual debido a que carecen de cualquier tipo de formación o educación. Las escuelas no suelen aceptarlas porque los padres quieren evitar a toda costa que sus hijos se relacionen con ellas. Auspiciada por Manos Unidas, la hermana Caridad ha contribuido a la creación de Hogares de Acogida en varios estados de India.
Desde que empezó el proyecto, han pasado por estos Centros casi 400 niñas y adolescentes que han aprendido a leer, escribir, a llevar un negocio, a coser, etc. Lo más complicado, cuenta, fue lidiar con las mafias y proxenetas que tuvieron las llevaron a juicio - paradójicamente acusándolas de fomentar la prostitución- por temor a ver disminuidos sus ingresos económicos. En un principio, a las madres prostitutas les costaba mucho confiar en las monjas, pero al ver que éstas se dedicaban a su trabajo de manera permanente, comenzaron a confiarles a sus hijas.
Actualmente, el reto más complicado es conseguir que las jóvenes no se marchen sin haber completado su formación. Uno de los momentos más difíciles para las misioneras es aceptar que algunas de estas chicas se marche, a veces sin despedirse siquiera. Aunque esto suceda, dice: “Me quedo con la idea de que ninguna persona es mala. De todo lo que les hemos dado, algo quedará y algún día se darán cuenta. Es mi esperanza”.
Fuente: elpais.com